SIMBAD FRENTE A LAS COSTAS DE BASORA

Francisco Domene

 

 

I

De cobre ardiendo la dársena del puerto y de cenizas. Barcos sobre un mar de derrumbe. Como una pierna humana el espigón de poniente se hunde en la memoria y arde también. Suburbios incomprensiblemente intactos, horizonte reventado mil veces, hombres que prenden como una sola tea, ¡misericordia!, sombra tras sombra, como racimos en un cielo, por las lomas, destrozados contra los arrecifes, aullando alrededor de las piras, arrojándose en ellas, ¡santos! ¡santos! en las plazas de Basora, y cavan laberintos bajo los parques, huroneando la razón última de las cosas, de cada sufrimiento solitario, chorreando de sangre y excrementos, vomitando sobre sus propios cerebros, gritando veredictos desde las azoteas, ¡misericordia! ¡misericordia! Arden las bibliotecas para gloria de los inocentes. Las granadas desmembran los cuerpos de los rezagados, héroes condenadamente hermosos. Niños esparcidos a pedazos por los baldíos, a pedazos. Las madres los recolectan entre jaras untando con láudano las vísceras, ¡misericordia! Ojos gotas de lluvia con luz muy chica sobre asfalto, hundidos en la sangre negra de las alcantarillas, junto a insectos y lenguas podridas dentro de las bocas que se abren sin aire.

 

II

Los mismos guerreros, santos, santos, que arrasaron ciudades con los labios desnudos se aman en las playas de Shatt al-Arab hasta el amanecer. Qué estupor: el presente existe en esos cuerpos: un siempre detenido, agua sin movimiento, que asciende, asciende. Y todo es pasmo, asombro, prodigio. Oh, jardín sumergido que florece entre las calaveras. Maravilla que sucede: dos voluntades confundidas y únicas: vida alzada sobre la muerte: en sus miradas, inauguradas apenas, asciende la inmovilidad, ¡misericordia! Entre los escombros, la adolescente despega de su cuerpo desnudo y blanquísimo las tripas azules y la verga aún enardecida del amante reventado por la metralla mientras la montaba enloquecido en el portal oscuro. ¡Santos! ¡Santos! Y la luz carga los patios de oro hacia Levante, sobre trincheras: qué perfecto disparate quemándose en el cielo.

 

 

Anterior    Siguiente    Sumario    Inicio