POEMAS

de

Alber Vázquez

 

AL FINAL DEL PARAÍSO
había un faro espléndido.
Dentro de él vivía el animal
que se alimenta de sonidos,
uno de los preferidos
de la jauría de Dios.
Quien por allí acertase a navegar
y tuviese el mal tino
de pisar una tabla quebradiza
o de pronunciar una palabra demasiado alta,
era devorado sin miramientos.

 



EL VÓMITO LIBERA
de los dioses
que atosigan dentro.
Es higiénico introducirse,
de vez en cuando,
dos dedos en la garganta
y expulsar todo,
lo bueno y lo malo.

 




SOÑÓ QUE EL CIELO
era una gran polla
y que Jonás vivía
dentro de ella.
Y le decía:
Jonás, libérate,
escapa ahora.
Pero Jonás disfrutaba
sintiendo como su nave
crecía,
menguaba,
invadía...

 

 





ES NECESARIO REGRESAR
a la verdadera violencia.
Destruirlo todo
y crear nuevos cielos
mucho más felices,
sin vírgenes ni tiranos.
Y rodearlos de enormes hímenes
compactos e indestructibles.

 




HABÍAN ORDENADO
esterilizar a los ángeles
pues, a pesar de ser
desconocido su sexo,
ocupaban las largas
y vacías horas de la Eternidad
en follar, y Dios
-que permitía que fluyeran los sudores
y arreciaran los gemidos
y que los cuerpos desnudos chirriasen en el contacto,
con tal de que no ocurriera en Su presencia-,
no quería a Su vera bastardos,
ni descendientes mestizos,
ni, en definitiva, cualquier ser
que escapase a Su control.
Pero hubo ángeles
que burlaron la orden
y follaron
y concibieron
sin prestar demasiada atención
a su sexo.
Parieron demonios
y fueron tan bellos
que eclipsaron el brillo del sol.
Entonces fue la noche,
la total oscuridad,
lo que Dios hizo llamar Infierno.

 




ENTRO EN LA FLOR.
Dejo pétalos a izquierda
y a derecha, avanzo.
Ante mí la plenitud,
una torre marmórea,
rígida,
enhiesta.
Creo que esto es el Cielo.
Hay millones de granos
de semen
adheridos a sus paredes.
El rumor de los granos de esperma
fecundando el óvulo
llega grato a mis oídos
y deseo que viva en ellos
para siempre.

 



EL DEMONIO SE MASTURBÓ
en medio de la noche cerrada.
Cuando estalló,
su semen subió hasta el Cielo
y allí se separó
en un millón de astros.

 

 

© Alber Vázquez

 

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