POEMAS

de

Francisco Merino

 

PINCELADAS DE UN AUTORRETRATO

 

I

 

Apenas se ha fugado...

Por los pliegues de mi cuerpo

resbala aún, oscilante,

ese fuego infantil que enciende

el deseo de ser gozado,

y ya he escondido

mis ojos y mis manos,

he caminado

el mapa de mi vejez

hasta encontrar

en tu piel la luz

que ilumine

el resto de los senderos.

Cuando se anhela

el tiempo de amor perdido

y el tiempo por alcanzar,

se vive en tierra de nadie.

 

 

II.

 

En un poyo de piedra

que azota el sol de mediodía,

reposo con granítica quietud

y reclamo a su pétrea faz

una conmoción de silla,

un blando calor de sillón,

la solemnidad de un escaño,

la muda prestancia de un tálamo,

el regio porte de un trono

desde el que gobernar

mi soledad insatisfecha.

 

 

III

 

Me alcanzó ese sueño mortal

de trascender

mi realidad segmentaria,

de conquistar

parcelas derelictas,

ignotas o repudiadas.

Quiero ser todo lo que no soy,

tener todo lo que no tengo,

amar todo lo que no amo.

Quiero ser la música del ruido,

el hedor de una fragancia

que se encuentra

en todas las cosas,

el substrato

de una imagen callada

que oculta esa mentira

con la que los ángeles

se masturban.

 

IV

 

Ataviado de ese odio

que aprendí a dibujar,

destruyo la paz de lo que amo

honrando cuanto hay

de detestable en ello.

Sólo la ira y la rabia

saben contener

los embates del destino,

merodear el ánimo subyugado

con promesas de equilibrio

moderado, necio y falaz.

 

V

 

Derrocho a manos llenas

toda la energía que me queda

en un vano esfuerzo

por alcanzar

todo lo que no me inquieta.

Entierro los recuerdos

con la esperanza

de que un día

las palabras florezcan

de sus raíces sangrientas.

 

VI

 

Soy,

bien lo sé,

un personaje cotidiano,

una máscara grosera

que se irá sin hacer ruido

al final del carnaval.

 

 

NANA

 

Recuesta la cabeza

en esta almohada de violetas

y abriga tu frío

con aquel manto de hierba fresca;

deja que el pensamiento

repose en un paisaje de sueños

para que un día florezca

sobre todas las chimeneas.

 

Cierra los ojitos, pequeño tramposo,

y verás cómo la luna nueva

no es negra ni invisible,

sino una pecera de cristal rojo

que un elefante oculta

a los ojos abiertos e insomnes.

 

Duérmete pronto, infante cansado,

que ya duermen los peces,

las máscaras, los coches,

y los príncipes guerreros

han envainado sus espadas

para escuchar el canto

en los dedos de una estatua,

de una guitarra con cuerdas de agua.

 

Sueña, niño durmiente,

y dibuja un futuro

donde cada pintura brote

como un deseo inocente,

aliviando de un sólo trazo

las heridas que abrimos

cada día en la memoria.

 

Descansa sin miedo, niño Rajiv;

un grupo de estrellas

vigila tu reposo infantil

como inextinguibles velas

que iluminaran complacientes

el manantial de tu risa morena.

 

 

A UNA DAMA QUE SE SENTÓ EN UN BANCO

 

¿Acaso puede tener miedo

quien jamás huyó de nada?

¿Acaso el vacío no es algo,

no es palabra, génesis alada?

Dama… ¡Oh, Dama!

Tú que lloras cuando la madre tierra

te arrulla con cuentos lejanos;

tú que alumbraste niños de luz,

entrañas torturadas, enjambres de vida;

tú que venciste al angustiado silencio

de las cuerdas de mi arpa…

Las ventanas del alma ya no traen frío...

Tus poemas de amor ya no queman el armario...

Dama de azul, vestida de versos,

non horror vacui habes

quoniam plena verborum es.

 

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