Ser y ficción en la infancia del Emilio de Rousseau.

Salvador Fernández Romero

 

1. Máscaras.

El discurso de Rousseau se origina con el descubrimiento de una mentira, de una impostura. La vida, tal y como es vivida y dada por supuesto, es puesta en duda por Rousseau del mismo modo que Diderot (yo) se enfrenta al sobrino de Rameau (él), para poner en tela de juicio esta vida hecha teatro y comedia. El títere de Diderot se nos muestra como el ser social por antonomasia, el hombre de mundo y de gran ciudad que ha aprendido a vivir con la cortesía necesaria, es decir, con el grado supremo de fingimiento, de pose (y es que el hombre necesitado no camina como los demás; salta, repta, se retuerce, se arrastra; se pasa la vida adoptando e interpretando posiciones)1.

De esta forma Rousseau se encuentra de lleno con el conflicto entre el ser y el parecer, entre la realidad y la ficción (ya sea entre el bien y el mal, la naturaleza y la sociedad, el hombre y los demás, etc.). El conflicto se presenta también interiormente de una manera múltiple y compleja. Por un lado el yo se opone a el/lo otro; por otro lado el yo exterior, mundano por así decirlo, se relaciona con un yo interior, un sí mismo que al mismo tiempo se exterioriza y permanece encerrado en su solipsismo2; y, por último, el yo real se enfrenta a un yo imaginario que es a la vez personal, social, interior, exterior, idéntico y diferente, lo mismo y lo otro.

Esta tensión es la que obsesiona a Rousseau. En Las ensoñaciones del paseante solitario distingue las dos formas de relacionarse el yo consigo mismo que son el amor de sí y el amor propio3. Este último, el amor propio, es el que nos interesa ahora por ser una especie de auto-negación del yo como resultado de la alienación social (porque el individuo no es para sí, sino que es para los demás); es la primera negación que se ejerce sobre la persona y que hace que el ser se convierta en un fingir4.

La conciencia de lo falso de la existencia, la duda sobre el ser que se manifiesta (especie de escepticismo fenomenológico), aparece también en la taxonomía de las mentiras que lleva a cabo Rousseau tanto en las Ensoñaciones como en el Emilio5. Allí nos encontramos con una descripción de la mentira (mentir es ocultar una verdad que debe manifestarse6) que nos permite dividirla en tres grandes grupos: la mentira ontológica sería aquella de que estamos hablando y que consiste en la negación del yo original, en ese convertirse en otro que es la vida en sociedad según Diderot y Rameau; la mentira moral o ética es aquella que implica daño o injusticia para otra persona; y, por último, la mentira lógica, la paradoja, el círculo7. Estas formas de mentir pueden aparecer en los conflictos y extrañamientos que se den entre la realidad y la apariencia, entre las palabras y la acción, entre la palabra y las cosas.

El resultado de esta situación general es que el mundo se ha convertido en (vana) ilusión8, debido a la perversión que es la sociedad humana, y gracias a ello, el hombre empieza a ponerse en contradicción consigo mismo.

Es para resolver esta situación por lo que Rousseau inventa a Emilio9. Así consigue mostrar patentemente ese estado de escisión y, además, el método adecuado para resolverlo. Con Emilio, Rousseau rastrea el tiempo mítico y lejano de la infancia, tiempo de la transparencia10 y la identidad auténticas, que ha sido ocultado, deformado y viciado por el proceso de socialización11. Esta distancia alegórica12 permite reconstruir un pasado (a)histórico que constituye el fondo de la persona, del yo. Es mediante la asimilación de Rousseau y de Emilio como se llega al desvelamiento de la realidad, de la verdad, en que consiste la superación de la mentira. Así, es sólo gracias a una seducción, a un encantamiento mutuo del maestro y su discípulo como se puede acceder a un verdadero conocimiento (amor) de sí que anule toda ficción, a la verdadera felicidad de lo inmediato13.

Y, a pesar o, tal vez, gracias a ello, una de las primeras cosas que Emilio aprende es a jugar con las máscaras14. Rousseau se sitúa de esta manera en el lado de la genealogía con su intento de desenmascarar ese pasado tan remoto y tan seductor que es la infancia. Este poner en duda lo que se da por supuesto, esta crítica de los prejuicios, tiene mucho más que ver con una destructora parodia que destroza las identidades, con la risa irónica de Baudelaire (por eso el tutor y todos los que rodean al niño usan máscaras), que con un respetuoso mirar atrás en la Historia.

Ya cuando Rousseau analizaba los tipos posibles de mentira15 hacía hincapié en la que tiene su referente en el pasado. En este caso se da un choque entre el ser y el no ser, entre el ser y el parecer (y también entre la verdad y el prejuicio, entre la realidad y lo imaginario), en el que uno de los dos polos magnéticos pretende suplantar y anular al otro. La intención de Rousseau es poner de manifiesto la impostura, mediante la ironía del juego de las máscaras (pero convirtiéndose también él en impostor, colocándose también su máscara). De lo que se trata es de que Emilio pierda el miedo a la máscara, pero ¿no es este juego también el mejor método para que el niño aprenda, a su vez, a usarla?16

2. Pedagogía.

El pedagogo Rousseau se encuentra existiendo inevitablemente en el mundo adulto sintiendo el deseo y la dificultad de ser verdadero17 y del ser verdadero. En este mundo de la mentira, descubre en la máscara el instrumento capaz de convertirlo en otro sin dejar de ser él mismo; la máscara se convierte en un espejo18 que, al reflejarnos, nos muestra otros y, al mismo tiempo, idénticos19 (nos mimetiza). De esta forma el proceso educativo de Emilio se vuelve contra el principio de identidad20, se convierte en una negación de la autoidentificación o autoafirmación social21.

De hecho, antes de la educación, Emilio no existe. El niño es creado, inventado, fabricado, partiendo de la nada; o, más bien, el niño es la nada desde la que se construye al ser humano. En la carrera que es esta educación, la niñez es la salida; la humanidad, la meta22.

Pero si el hombre está pervertido por las instituciones y degenerado por haber salido del orden natural, si los prejuicios lo han desviado de su camino recto, el pedagogo deberá, por un lado, impedir que ese orden social continúe influyendo en el niño23 y, por otro lado, éste deberá aprender a imitar a la naturaleza -oculta y anulada por la sociedad- de la que se ha apartado24. Este es el círculo -vicioso o no- en el que constantemente cae Rousseau, al buscar unas causas naturales que al mismo tiempo actúan como fuerzas de ruptura con la naturaleza misma, instaurando naturalmente un orden heterogéneo al orden natural25.

Hay una posible lectura dialéctica de este proceso, de apariencia interminable, de negaciones que niegan a otras negaciones. Así, por ejemplo, la interpretación de Starobinski26 presenta una doble posibilidad de síntesis que restablecería la unidad perdida al abandonar el estado de Naturaleza para pasar al social27. Por un lado, tendríamos la vía revolucionaria28 y general presentada en El contrato social y, por otro lado, la vía personal y pedagógica del Emilio, que es salvado individualmente por su educador (que, a su vez, se salva a sí mismo).

Por medio de estos dos procesos -el político y el educativo: en un caso estableciendo un contrato y en otro desarrollando (fabricando o cultivando) a un verdadero ser humano- se regresaría a ese lugar o estado de transparencia y de inmediatez que ha sido ocultado y velado por el progreso de la humanidad29.

Sin embargo, una vez más, al situarse del lado de la genealogía desenmascaradora, Rousseau debe renunciar a la verdad que estaba buscando (o, más bien, inventando), refugiándose en un mundo autosuficiente y mudo30. Así, ya en el segundo discurso niega la existencia real del estado de Naturaleza31, en el Emilio niega a los niños la capacidad de razonar32 -pero de una forma muy ambigua- y en El contrato social afirma que es precisamente este contrato el que termina con la libertad de los pueblos.

Este sacrificio de la verdad33, a que llega Rousseau finalmente, es el último paso -la contradanza- en el baile de fingimientos en que consiste su discurso y que deja en suspenso todo el mundo, todo el escenario en que se ha desarrollado34. Y es que, como dice Foucault en un librito sobre Nietzsche35, el saber no está hecho para comprender; está hecho para zanjar. Pero, ¿y qué ocurre entonces con el pobre Emilio? Tendrá que interpretarse a sí mismo ante sus espectadores y contemporáneos36.

 

NOTAS

1-Diderot, El sobrino de Rameau, Madrid, Cátedra, 1985, pág. 158.

2-O autismo: en un determinado momento, Rousseau se descubre viviendo en una soledad alienante pero que, al mismo tiempo, es su único modo de ser verdaderamente -que, verdaderamente, es su único modo de ser: no estoy en mí más que cuando estoy solo, fuera de ahí soy un juguete de cuantos me rodean (Rousseau, Las ensoñaciones del paseante solitario, Madrid, Alianza, 1983, pág. 148).

3- Vease Rousseau, Las ensoñaciones del paseante solitario, edición citada, octavo paseo, página 129 y ss.; también el Discurso sobre e/ origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Madrid, Alianza, 1991, nota 15, pág. 329-330: El amor de sí es un sentimiento natural que lleva a todo animal a velar por su propia conservación.. El amor propio no es más que un sentimiento relativo, ficticio y nacido en la sociedad, que lleva a cada individuo a hacer más caso de sí que de cualquier otro...

4- Es la misma preocupación rousseauniana por el lenguaje debido a la cual, ante la soledad alienada en la que se encuentra, busca una comunicación completamente libre de intermediarios en lo posible. Su ideal sería un lenguaje en el que coincidiesen significante y significado, en el que la palabra y la cosa fueran idénticos. De ahí su rechazo de la utilización de un código hecho de signos (en rigor, de cualquier lenguaje, de cualquier palabra) en la educación de "su" Emilio. El signo, como bien dice Starobinski, siempre remite a una fuente de oscura procedencia y, en este sentido, la palabra se manifiesta como la revelación de un obstáculo infranqueable. Como consecuencia de esto, la vida (y la vida es lenguaje como la educación es vida) es vivida como un delirio interpretativo (en el doble sentido de actuación y hermeneusis) del que se huye pero del que es imposible escapar. Así, cuanto más primario y directo (más natural, en definitiva) sea el signo, más inmediato (ésta es la utopía comunicativa roussoniana) será, por eso prefiere el gesto y el llanto a las palabras, por eso prefiere las sensaciones a las ideas. La influencia de Locke y su teoría empirista del conocimiento se deja sentir aquí palpablemente, por otro lado.

5- Rousseau, Emilio, Madrid, Alianza, 1998, pág. 137 y ss. Las ensoñaciones , cuarto paseo.

6- Rousseau, Ensoñaciones, edición citada, pág. 65.

7- En la nota 14 del libro segundo del Emilio Rousseau se presenta incapaz de escapar del círculo vicioso. Según él, es imposible dar siempre los mismos sentidos a las mismas palabras. Esta desproporción entre la palabra y la cosa (entre las ideas y las expresiones) es la que produce y genera la paradoja (y Rousseau se define a sí mismo como hombre de paradojas). Es importante, sin embargo, esta tensión porque gracias a ella se fuerza la búsqueda de una salida. Es la que provoca la conciencia de inautenticidad de que habla Paul de Man y de la que surge el sentido oculto.

8- Vid. Rousseau, Emilio, libro 11, nota 9.

9- Emilio se convierte en el sueño de la reconciliación (y, si nos damos cuenta, el niño no aparece nunca solo -recordemos que estamos hablando sólo de su infancia- sino acompañado siempre por su inseparable ayo Rousseau; de esta forma, parece como si en el proceso pedagógico se solucionase el desdoblamiento al que la vida social ha llevado al individuo).

10- Vid. Jean Starobinski, J. J. Rousseau: La transparencia y el obstáculo, Madrid, Taurus, 1983.

11- Todo está bien al salir de las manos del autor de las cosas: todo degenera entre las manos del hombre. (Rousseau, Emilio, edición citada, página 37).

12- No hay suficientes cosas comunes entre la infancia y la edad madura como para que se forme alguna vez un vínculo muy sólido en esa distancia. (Rousseau, Emilio, pág. 61). Esta distancia -abismal- es también la que provoca el vértigo cuando miramos hacia ella como volviendo la mirada, y la que hace que comience el discurso -alegórico- de Rousseau, discurso que, en palabras de Paul de Man acerca del lenguaje irónico/simbólico, somete al mundo exterior para sus propios propósitos.

13- Maurice Blanchot, Rousseau, en Levi-Strauss y otros, Presencia de Rousseau, Buenos Aires, Nueva Visión, 1972.

14- Todos los niños tienen miedo de las máscaras. Empiezo por mostrar a Emilio una máscara de figura agradable; luego alguien se aplica en su presencia esa máscara en el rostro: yo me echo a reír, todo el mundo ríe y el niño ríe como los demás. Poco a poco lo acostumbro a máscaras menos agradables... Después ya no temo que le asusten con máscaras. (op., cit., pág. 80).

15- Vid. Rousseau, op., cit., pág. 137. Hay dos clases de mentira; la de hecho, que afecta al pasado, y la de derecho, que afecta al futuro .

16- Yo.- ¿Cómo decís esto? ¿Lo decís de verdad o irónicamente?

El.- Lo malo es que este condenado sentimiento está en lo más hondo, y ni siquiera asoma una chispa al exterior. (Diderot, El sobrino de Rameau, edición citada, pág. 115).

17- El tutor de Emilio es claramente ese sujeto que ha buscado refugio en el mundo natural con el que, en verdad, no guarda ninguna semejanza. (Paul de Man, Retórica de la temporalidad, en Er, n° 12-13, pág. 154).

18- Además, el modo de aprender del niño Emilio (y su vida entera, ya que para él cualquier acto cotidiano que realice, por insignificante que sea, es un acto de aprendizaje) es especular al reflejar exactamente -por imitación- las enseñanzas de su maestro y las personas que lo rodean. En este caso Rousseau lleva un paso más lejos -exagerado además- la idea lockeana de la tabula rasa (vid. Rousseau, Emilio, edición citada, pág. 146).

19- Es esta obsesión por lo extraño lo que convierte a Rousseau en fundador de las ciencias del hombre, en palabras de Levi-Strauss. En efecto, al tratar de ser un "él" antes que un "yo", al mirarse en el otro en un proceso de identificación libre, el juego de la máscara -entre otros facilita el debilitamiento de los cánones y el comienzo de un más amplio y libre pensar antropológico (en este sentido es muy importante el paralelismo que Rousseau establece entre el niño y el salvaje).

20- Aquí también se pone Rousseau del lado de la genealogía al disociar la identidad y al buscar una heterogeneidad más allá de la tradición y la continuidad históricas. (vid. Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la Historia, Valencia, Pretextos, 19--)

21- Pero si recordamos que la vida social era ya una negación de la persona, de tal forma que la relación de cada individuo consigo mismo era relativa e indirecta (amor propio en lugar de amor de sí), la educación se convierte en una doble negación que, como tal, afirma.

22- Juegan a este respecto un papel muy importante las figuras retóricas (metáforas y símiles, sobre todo) que utiliza Rousseau para describir la educación de Emilio. Unas veces es una planta o un árbol que cultivar comenzando con el cuidado de la semilla que es el niño recién nacido. Otras veces es un barco o nave que dirigir o guiar por el océano de la vida. Otras, en fin, es una carrera con una meta bien precisa (este último símil es importante porque la educación del niño se convierte en un viaje -una ilusión- temporal tanto para el maestro -que vuelve a un pasado original, fascinante y enormemente seductor, con un importante carácter de sueño, por otro lado- como para el propio discípulo, que viaja desde la nada de su niñez a la realidad compleja y heteróclita de su vida adulta).

23- En efecto, el método pedagógico de Rousseau consiste en una sucesión de juegos en los que, por medio de trucos, impedimentos y obstáculos, consigue evitar que el niño actúe como debería hacerlo según las normas sociales -que en general es como el niño desea comportarse- y lograr que, en cambio, lo haga como su maestro quiere -que en teoría es el modo más natural: modo, a la vez, ideal, soñado, de la carencia de obstáculos... (Esto se puede observar en cualquiera de las actividades que Emilio realiza dirigido por su ayo: las carreras con pasteles como premio, la salida en solitario por la calle, etc.)

24- Así, si la vida social es una mentira -una negación del ser-, Emilio deberá aprender a mentir para adaptarse al mundo en que ha nacido y, al mismo tiempo, para regresar a ese orden natural degenerado. Para todo ello, la pedagogía se convierte en el modo de enseñar a mentir, a actuar, a posar: el ser se convierte en un emular, un imitar lo natural.

25- Vid. Jacques Derrida, La linquística de Rousseau, en Levi-Strauss y otros, Presencia de Rousseau, edición citada. La paradoja de Rousseau le lleva a establecer un estado de cosas totalmente arbitrario cuando pretendía fundar lo natural (¿lo necesario?): al perseguir las causas, se topa con la casualidad.

26- En Starobinski, op., cit.

27- Así, si el propósito del Emilio (vid., por ejemplo pág. 126, y passim.) es el aprendizaje de la libertad de una persona sola, el de El contrato social es la libertad de la sociedad civil completa. Nueva paradoja, pues el niño Emilio no goza de un sólo momento de independencia en toda su infancia, siendo programados todos y cada uno de los juegos y actividades que realiza: en efecto su método es la experiencia, pero no una experiencia libremente elegida, sino impuesta; mientras que, como dice Althusser en su ensayo sobre El contrato social (en Presencia de Rousseau, edición citada), éste, el contrato, parte de un desajuste que oculta pero que es precisamente lo que lo hace funcionar y por eso lo oculta, niega, rechaza. Nos enfrentamos de nuevo con el círculo rousseauniano que, para superar una alienación, inventa otra alienación nueva y distinta.

28- En relación con la versión revolucionaria (jacobina) de Rousseau puede leerse el estudio de Giovani Della Volpe: Rousseau y Marx, Barcelona, Martínez Roca, 1968.

29- Esta obsesión por el desvelamiento -muy ilustrada- y por la iluminación o aclaración tiene mucho que ver con la crítica de los prejuicios que también lleva a cabo Rousseau (apoyándose a veces en Locke o en otros camaradas). El velo que la sociedad ha tendido sobre la Naturaleza con intención de ocultarla sirve de impedimento para el regular desarrollo de todo proceso de conocimiento, comunicación o aprendizaje, que resultan desorientados en un mundo de medios (es ésta también la impotencia de la palabra y de todo signo).

30- La palabra es otra máscara que se interpone entre uno y sí mismo, entre uno y otro, entre la palabra misma y la cosa que designa y, en este juego especular, se refleja a sí misma y -en un círculo cerrado, sólo conecta al yo consigo mismo, dejándolo así, de nuevo, aislado.

31- Concretamente, en la página 207 de la edición citada, dice: ...hay que negar que se hayan encontrado los hombres alguna vez, incluso antes del diluvio, en estado puro de naturaleza.

32- Aunque luego diga totalmente lo contrario. De hecho esta primera opinión de Rousseau se correspondería con su idea de que el hombre que medita es un animal depravado.

33- Parece que Rousseau se da cuenta de que cuanto más iluminamos algo más sombras aparecen; en cada rincón, en cada hueco, nuevas oscuridades se generan para conformar y confirmar el claroscuro de la vida.

34- En palabras de Paul de Man, lejos de ser un retorno al mundo, la ironía elevada a la segunda potencia, o ironía de la ironía que toda verdadera ironía debe originar al instante, afirma y mantiene su carácter ficticio al establecer la continua imposibilidad de reconciliación entre el mundo de la ficción y el mundo real. (Paul de Man, Retórica de la temporalidad, pág. 169).

35- Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la Historia, edición citada.

36- Yo.- Es una imitación perfecta -le dije-. Pero, sin embargo, existe un ser dispensado de la pantomima. Se trata del filósofo que nada tiene y nada pide.

El.- ¿Y dónde está ese animal? Si no tiene nada, sufre; si no solicita nada, nada conseguirá y sufrirá siempre. (Diderot, El sobrino de Rameau, edición citada, pág. 160).

 

 

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