"Niño y pueblo"

(selección)

Xandro Valerio

 

 

CASTIGO

EL agudo ciprés sobre la azul sonrisa

del cielo; la palmera y el rosal enflorado.

En vuelo de colores, cruza, loco de brisa,

como una flor de plumas, el jilguero escapado...

Mi alma se va detrás del pájaro que vuela.

El ignora el tormento de aprender la lección

y no tiene a maestro que le deje en la escuela

castigado por faltas de suma o división.

El verbo haber sin hache -¡pájaro de colores!-.

Cinco por ocho, treinta -¡la jaula está vacía!-.

Manda el patio florido su caricia de olores...

Y yo, medroso, tiemblo, en la clase desierta,

velando, entre las sombras, el cadáver del día...

(¿Qué dulce mano amiga vendrá a abrirme la puerta?)

 

 

EL NIÑO MALO

EL Pozo del Concejo; el niño malo aquel

de las palabras torvas y la honda certera

que pegaba a los perros con una saña cruel...

El niño que no había tenido primavera...

El viento de las tardes de mayo desleía,

bajo el azul del cielo, aromas de azucena.

Todo a mi alrededor era bueno y reía.

¡Y yo miraba al niño malo con una pena...!

El Pozo del Concejo; Ana, Montemayor:

todas las que pusieron una flor y un amor

en mis horas fragantes de sueños infantiles...

Tierno encanto de ayer, inocencia perdida,

¡cómo os recuerdo ahora en los días febriles... !

¿Qué habrá sido de ti, niño malo, en la vida?

 

 

EL TONTO

GRITOS y danzas torpes, carreras sin sentido,

tonto del pueblo, pobre tonto, José María,

veleta en giros locos bajo el cielo bruñido

con oros del estero de San Juan y la ría...

Rama hendida que un agua verdinegra corrompe;

vuelo chato de tristes mariposas huidas... ;

unos ojos lejanos; una voz que se rompe,

y un paso vacilante para golpe y caídas...

Él es lección amarga del jilguero cantor,

de la nube y la estrella, de la brisa y las flores,

de las párvulas risas y el grito iluminado...

Y no tiene más bienes que las manos de amor

de su madre y el sueño despierto, sin colores,

de mi piedad medrosa de niño desvelado...

 

 

HAMBRE

EN la tarde dorada de abril, la algarabía

de los pájaros locos empavesa el momento,

y los niños, jugando, flamean su gritería

de colores, 1o mismo que banderas al viento.

Entre mis manos tengo un trozo de pan blando

que me ha dado mi madre. Tomás está conmigo,

y el pobre me contempla con unos ojos cuando

ve que me como el pan... Es un niño mendigo

amigo de los niños ricos; pálida aurora

de un risueño dolor que a sí mismo se ignora.

El nunca pide nada: toma lo que le dan...

La tarde es áurea fiesta de pájaros y flores,

y en el ocaso, trémulo de gritos de colores,

Tomás, el niño pobre, se ha comido mi pan...

 

 

DON JUAN VERDEJO

ALTO y recio, con traza de hidalgo y de compadre

en bondadosa mezcla de seriedad y broma.

Siempre me preguntaba: -¿cómo sigue tu padre?-,

cuando le iba a comprar mis pastillas de goma.

Recuerdo la botica, (en la puerta el letrero

y dentro aquellos tarros de viejas medicinas),

a donde Juan Ramón -ya había muerto "Platero"

le llevaba a los niños naranjas mandarinas.

En sus tiempos de joven, hubo representado

no sé qué pantomímica farsa de aficionado

en que daba un gran salto entre cómicos guiños.

Y sus hijos, a veces -¡ruidosa primavera!-,

hacían que don Juan el salto repitiera

para la jubilosa diversión de los niños...

 

 

 

LA VELADA

TRASPASADA de gritos, de sol, de gallardetes,

la plaza grande es una jubilosa floresta.

La alegría de los niños se alza como cohetes

de candor, en la tarde pura y azul de fiesta.

¡Qué ventanas abiertas al párvulo embeleso!

Los puestos... La caseta de doña Lola Mora...

Y aquella becerrita, mansa, de carne y hueso,

que rifan en la tómbola para Nuestra Señora.

Velada de la Virgen, todo el año esperada

con pueril impaciencia... ¡Ya está aquí la Velada!

Ya se hizo dicha cierta la gozosa ilusión...

Y a la noche, los niños, que se duermen cansados,

sueñan con ilusorios países encantados

en donde pacen mágicas terneras de cartón...

 

 

 

LA PUERTA VERDE

¡AQUELLA obsesionante puerta verde en la gavia!

Los chiquillos mayores contaban que allí había

yo no sé qué de hechizos, y de una mujer, sabia

en cosas que nombraban de amor y brujería...

En las tardes de invierno (el toque de oración;

torvo silencio y sombras, nuncio de noche helada),

para mi candidez de niño, ¡qué obsesión

la de la puerta aquella, verde, siempre cerrada!

El alcalde -decían- les ha echado una multa...

Y contaban la historia de una muchacha muerta

y de otra, forastera, con el labio pintado...

¡Pobre inocencia mía, que su pudor insulta

un chiquillo mayor -"¡lo que hay tras de esa puerta!"-

un día en que a mis ojos dejó el velo rasgado...

 

 

 

SEMINARISTA

ENLUTADO su traje, aprendiz de sotana.

Largo y seco. Su voz, de un falso San Antonio,

era mentido acento de dulzura cristiana.

Tenía poco de Dios y mucho del demonio.

¡Qué placer si engañaba a los niños! Artero,

con todo gesto débil, con toda humilde cosa.

Para el can perseguido, su guijarro certero;

su punzante alfiler, para la mariposa.

Negro cimbel de sombras en la noche estrellada,

aún le veo bailando no sé qué burla cruel

y muda, ante mi pobre timidez asustada...

Y el pavor daba alas -¡oh, regazo materno!

al torpe pie medroso que me apartaba de él

como del sueño malo de una noche de invierno.

 

 

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