LA TENTACIÓN DE SUBSISTIR

Felipe Rodríguez

¡Lejos de nosotros la miseria y las ruinas de una vida mesocrática! Bien está que se nos exija ser tributables, buenos ciudadanos respetuosos con las leyes, que se nos designe con un número, que se nos obligue a dejar casi toda nuestra vida, el tiempo precioso de la lucidez, en tareas tan absurdas como envilecedoras, cuyo único fin es la reproducción ampliada del Capital. Hay que transigir si no se tiene el valor de mendigar, de delinquir, de huir definitivamente; hay que transigir si estamos lo bastante enfermos de nosotros mismos como para sentir que debemos cuidar el despojo ridículo de nuestro cuerpo, que debemos alimentarlo, darle regocijo con otros cuerpos, resguardarlo del frío, refrescarlo de los soles ardientes. Siendo así, transijamos: adoptemos una ocupación remunerada, disciplinemos la natural tendencia a la molicie bajo la tiranía de los calendarios y los cronómetros. Ya que todo está a nuestro alcance, pero nada en absoluto lo está si no se paga con el fetiche del dinero, y, dando por sentado que nos apetece comer todos los días, lavarnos, dormir entre sábanas, acordemos un contrato: yo prostituyo mi tiempo, acepto un precio por mis pensamientos, por mis actos, acepto ser una pieza más, la más insignificante y prescindible, del enorme aparato que produce, distribuye y consume. Hagámoslo y olvidemos la vergüenza, ya que Fortuna no nos deparó el valor suficiente de espíritu ni de mercado. Pero no olvidemos nunca que no debemos claudicar: hemos perdido inevitablemente una batalla, la que nuestras menguadas fuerzas no hubieran podido sostener con éxito frente a la marea formidable que nos barre, una batalla seguramente decisiva, que nos arrastrará a la condición de mediocres operarios con el tiempo y el dinero justos para irse reponiendo malamente cada día y seguir construyendo ajenos edificios. Perdimos la batalla, y no somos tan ilusos que pensemos en alguna posibilidad de ganar la guerra, pero, aun así, no debemos claudicar absolutamente: todavía dispondremos de incómodas armas para el enemigo, armas pequeñas y disimulables que nos convertirán en guerrilleros, en terroristas, que nos permitirán formar una hermosa y destructiva quinta columna. De esta manera, aunque hayamos aceptado un precio siempre irrisorio por nuestro tiempo, por nuestra vida al fin y al cabo, desde el espacio angosto que nos dejen de nosotros mismos debemos renegar con rabia, escupir sobre los dioses antiguos y modernos, destrozar las buenas costumbres, reír sin freno de las trampas estúpidas que nos aguardan y que amenazan, de caer en ellas, con hundirnos para siempre en la infamia de una vida decente.

 

Anterior     Siguiente     Sumario     Inicio