EL TEMPLO DE ARES

Francisco Pérez Gómez

El templo de Ares - como todos los lugares santos de este mundo tienen su guardián, su santón, su custodio, su santera - también tiene una piadosa vieja celadora. Es la vieja que al abrigo de su noble arquitectura posee su casuca limpita , con un lar para los días de invierno y un emparrado para las tardes de verano. Es la viejita que lo atiende como una buena sirvienta, la que cuida sus parterres y cambia el agua de sus floreros, la que siempre anda repasando a golpe de cal los desconchados de sus paredes o las cagadas de las golondrinas y los mirlos en tan sagrados mármoles.

Cuando el templo de Ares está cerrado posee la melancolía de las casas de playa en invierno con sus propietarios ausentes. Huele a humedad y alcanfor, el chirrido de alguna madera sobresalta el silencio, el frío agranda las salas y una espesa soledad mancha de polvo los muebles y las lámparas. Es en esa época de cierre cuando la piadosa vieja celadora se apura en sus quehaceres, y lustra metales y plancha los negros manteles de su ara y acomoda cortinas y ciriales, barre, limpia, pule, acicala, como es sabido ocurre siempre en los hoteles y balnearios en su temporada baja. Es también la época en que abajo en el valle el pueblo celebra sus fiestas en los hermosos campos alegres de cosechas y de amores. La época de la música para el baile, el cordero para la cazuela y el tinto para el gaznate.

Como para todo hay en la viña del Señor, hoy la viejita santera se ha levantado más temprano que nunca.. Apenas ha desayunado, se ha puesto su traje de fiesta y corre de un lado para otro dando los últimos toques y retoques a la obra de su cuido y cuita, nerviosa pero contenta :

Hoy es el día. Hoy es el gran día de la visita pastoral. Hoy llega Su Reverencia el Gran Confundidor.

El pueblo, devoto y amable, acude a la ilustre cita. Las muchachas llevan flores de sencilla ignorancia en sus manos y los jóvenes ramas de laurel. Detrás del alcalde y los ediles van subiendo en orden todos los honestos ciudadanos con sus mejores galas dominicales.

Ya llega Su Reverencia. Ya habla Su Reverencia.:

"SietedoscientosparasíperonoesmejordespuesquepormasenloqueEsnovienedesdelointerviniente quedudacabegrandementecomoesobvioyclararazondelasinrazondelosprincipiosverdaderosver-da-de-ros! "

El pueblo aplaude, llora de emoción, se abrazan todos entre ellos, entonan un hermoso himno de piedad y Fe.

Su Reverencia coloca ante sí el caldero oferente. Sonríe a todos y alza sus brazos. La ceremonia comienza.

A cada ciudadano la mano de su voluntad. A cada voluntad su voto. A cada voluntad su ciudadano. A cada voto su voluntad. A cada ciudadano su voto. Ciudadanos, votos, voluntades, van pasando en disciplinada fila y dejan caer dentro del caldero oferente el papelito de voto, voluntad, ciudadano. Finalmente, Su Reverencia vacía el caldero y recuenta con voz enérgica pero paternal, grave pero clara, inquebrantable y sabia:

" Luis, Juan, Manuel, Antonio, Marcelino, Luisa, Juana, Manuela, Antonia, Marcelina..." Y así hasta todos los nombres, todos los nombres de todos los nombres de los jóvenes, que, ¡parece mentira!, cabían en el caldero oferente.

Y ahora ¡ Comience la fiesta!. ¡ Se abra el Templo de Ares!.

Los romeros bailan una muy vieja danza agarrados de sus manos que tiemblan de emoción y miedo, los jóvenes se abrazan arrogantes con sus blancas camisas manchadas de vino tinto como la sangre, las muchachas se adornan con sus ramos florales que huelen con la dulzura de las ofrendas mortuorias. Su Reverencia ríe y reparte saludos entre los grupos de los comensales.

El Templo de Ares está abierto una vez más. Su viejita celadora, tan viejita como la muerte, se sienta apacible junto a la puerta. Está satisfecha por tanto ajetreo bien cumplido. Todo está en orden.

 

Bellavista. 6 de Marzo de 2003.

Vísperas de la Romería.

 

Nota: En la antigua Grecia el templo del dios de la guerra, Ares, sólo se abría en caso de comenzar una guerra y permanecía abierto el tiempo que esta durara.

 

 

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