3 microrrelatos

 

 

Esther Andradi

 

(Ilustración: Frida Kahlo)

 

 

 

MEDICINA

 

Cuando niña, y durante mi juventud, siempre he tenido que desvestirme donde el médico.

Con los años, ellos han cambiado. Ahora ya no me piden que me desnude. Ahora quieren mis excrecencias, mis fluidos. Yo les doy con el gusto. Orino, defeco, sólo para ellos. Con meticulosidad cirujana, organizo mis desechos en pequeños frascos, tubos mínimos que luego deposito en un buzón. O entrego en mano de sus eficientes colaboradoras.

 

No tienen límites los médicos. Más que amantes, siempre piden más. Y yo no me quedo atrás. Por mí estoy dispuesta a vaciar hasta la última gota de mis interiores sobre sus pulcros consultorios.

 

Hoy me tocó escupirles. Feliz de la vida, con cada escupitajo los evocaba con nombre y apellido. Como tuve que llenar varios tubitos, hubo para todos. Fue un mantra a pura saliva.

Todo sea por la salud.

 

 

SIMETRÍAS

 

El percusionista está de espaldas tocando el vibráfono. Cada vez que su brazo mueve la baqueta para lograr un tono, su cuerpo se encorva levemente. Su arte produce maravillas fuera de su cuerpo, y al salir de él, va dejando la huella de una joroba. La música que relaja al oyente, resiente la espalda de quien la produce. Una espalda se curva para que otra se abra, se descontracture.

 

¿Será que cada acorde, cada creación, genera su contraparte en el cuerpo creador? 

¿Que la ceguera produce luz, la sordera la mejor música, y la parálisis movimiento?

¿Qué arte, qué placeres está dando un cuerpo hoy y a través de su historia?

 

Así andan algunos humanos por el mundo. Con las huellas de su producción a cuestas.

Digna prueba de la inexistencia de dios. Porque si hubiese un único Creador, estaría lisiado. Sufriría eternamente de múltiple esclerosis por tanto amor.

 

 

 

 

MEMORIA

 

Siendo pequeña, intento distraer a mi madre de su trabajo.

Sólo necesito que me mire, pero ella lava.

Aferrada a su falda, no puedo controlar mis piernas y me abro la frente al chocar violentamente contra la piedra del lavadero.

 

Sangre, grito, miedo, llanto.

Me queda una cicatriz, que con los años, se ha ido ocultando bajo el cuero cabelludo.

 

Cada vez que nos vemos, mi padre me acaricia la cabeza hasta encontrarla. Me recuerda los efectos colaterales del deseo.

 

SUMARIO