INVITACIÓN AL VIAJE

 

Eduardo García

 

 

 

Lo más urgente es encontrar

un charco de agua clara

en donde se reflejen nuestros rasgos.

 

Una vez comprobada la suma transparencia,

su textura de imagen tocada por la gracia,

conviene aproximarse con sigilo

para no despertar sospecha alguna.

 

Observando la orilla

con la mirada limpia de temor

es preciso entregar el alma en la tarea

de vislumbrar el límite del agua,

la piel en que reposa.

 

Se despegan entonces los bordes con cuidado

empujando hacia arriba con una mano en tierra.

Cuando el charco esté listo bastará incorporarse,

dar un tirón en seco, vertical,

para abrir la trampilla de las aguas.

 

Para evitar intrusos

hay que dejar caer durante el salto

con delicada precisión

el charco en su abertura.

 

Nada impide al viajero

fugarse por el hueco hacia otra parte.

SUMARIO