DE LA PLURALIDAD COHERENTE DE LA POESIA VISUAL EN ESPAÑA

Bartolomé Ferrando

Cuando la discursividad del lenguaje escrito se pone en entredicho y se quiebra. Cuando las palabras se han desprendido y desatado de la sintaxis que las aprisionaba. Cuando las letras han querido moverse libremente y desplazarse por la página desnuda, bailando y retozando sobre alguno de sus pies negros. Cuando la poesía ha dejado de hablar una sóla lengua, murmurando o profiriendo con sus múltiples bocas gritos universales que arrastran consigo imágenes o restos de ellas. Cuando se dice lo que ha sido ya enunciado, sin querer añadir ninguna palabra más, innecesarias de cualquier otro aditamento. Cuando las cosas, revestidas de habla, han enmudecido de pronto y ya no dicen, abandonándose al discurso abierto y movil de los ojos, nos encontramos, siempre con sorpresa, en la poesía visual.

Una sílaba se multiplica a sí misma y se reproduce sin ofrecernos ninguna dimensión en apariencia variable. Mientras tanto, desde un ángulo, una constelación de vocablos ilegibles pasa ante nosotros inundada de signos. Las palabras se cruzan y diversifican sus rasgos tipográficos. Señales de sentido. Arborescencias móviles. Matas de indicios blancos. Nubes de voz. En la parte de arriba, en lo más alto, se ha comenzado la poda de unos cuerpos negros, sobrados de habla, dando como resultado un edificio de grafos desvalido y a punto de desmoronarse. Allí, en la otra parte, el hilo de la palabra mantiene en equilibrio la suspensión de sí misma, germinada de cifras, que reduplican su sentido hasta anularlo, cuando, desde una ventana, tras un enrejado oscuro, una muchedumbre de trazos observa fijamente, semidesnuda y con los ojos abiertos, la caída y posterior amontonamiento de algunos signos alfabético-geográficos en un recodo de la página. Arquitecturas. Nudos afónicos. Poesía de la insignificancia ampliada, engrandecida, que nos mostraba lo que a simple vista pasaba inadvertido en el río del tiempo. Poesía que encendía de noche el blanco del papel.

La maquinaria-palabra engrana con sus dientes imágenes diversas. En ocasiones, éstas, alejadas del signo o signos escritos que la acompañan, se enfrentan y encaran entre sí; en otras, su compañía no extraña al vocablo diseminado y disperso, permitiendo así deambular y pasear de la mano por el interior de una oscuridad que curiosamente no se manifiesta en ningún momento. La palabra y el icono refuerzan y consolidan su sentido. No se precisa de ningún otro parloteo innecesario, de ninguna otra prédica. A vista de pájaro podíamos advertir la refulgencia y el brillo de una poesía visual que cabalgaba en sentido inverso a la dirección del tiempo. Introducimos por los ojos un objeto que, utilizado en la escritura, escribe esta vez, con toda la fragilidad de su cuerpo, en el espacio ennegrecido de una página que nos habla del entorno real.

De hecho, en la poesía visual, la sugerencia plana del papel nos traslada al objeto. La imagen es tan sólo un pre-texto que se prolonga y tiene su razón de ser en el universo de las cosas. Los signos visuales, envueltos y rodeados por múltiples tipografías alfabéticas tartamudas o casi sin voz, ejecutan su propia danza en el pensamiento, al ritmo acompasado de un reloj o sobre las líneas desabrigadas de un pentagrama, que a duras penas soportan y adivinan todo lo que se les viene encima. Música de indicios y huellas. Sonidos limpios, claros, en forma de soneto. Briznas ruidosas. Las palabras se han puesto a hablar con otro lenguaje, tejiendo sus cuerpos con notas musicales, a fin de acceder libremente por una travesía a ese territorio en el que habían nacido, encadenadas al discurso verbal.

Poemas-cuña eran capaces de quebrantar la geografía ordenada en la que habitamos, para exhibirla recompuesta a trozos, con todo su esplendor lingúístico, en el crucigrama creativo. Vocablos que, entre dos intervalos, nos saltan a los ojos justo cuando más desprevenidos estábamos, con la idea de susurrarnos algo de ellos mismos, o tal vez con la intención de rogarnos y pedirnos que mantengamos un contacto permanente con ellos.

Las palabras e imágenes poéticas, convertidas en seres vivos, irrumpen y ocupan el cuerpo de los objetos de utilidad común. Los elementos que nos rodean han comenzado a ser infectados por un virus creativo. Utensilios que arrastran su propia memoria de repeticiones y manejos símiles, han visto perdida su función obligada y se han expuesto, transformados, en el escaparate de lo real. Poesía objeto y poesía visual que estrechan cada vez más su cerco sugerente a nuestro alrededor, en espera, tal vez, de llegar a influir de forma efectiva en nuestra manera de hacer y pensar. Así veo el discurrir de esa senda, repleta de desvíos y encrucijadas, que constituye y da forma a la poesía visual en España hoy.

 

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