La Bajada a los Infiernos de Don Quijote

 

Margarita Ramírez Montesinos

 

 

 

El viaje al más allá es la empresa definitiva del héroe mítico. Hay una radical diferencia entre el héroe mítico oriental Gilgamés, mesopotámico, y el héroe griego Odiseo, 1500 años posterior. Diferencia que marca dos actitudes radicalmente opuestas frente a la vida. En el poema de Gilgamés la aspiración del héroe es la búsqueda desesperada de la inmortalidad provocada por la muerte de su amigo Enkidú. Llega  al paraíso del sol y Samás le advierte de lo vano de su empeño:

 

                        ¿Adónde vas, Gilgamés?

                        La vida que tu buscas

                        Nunca la encontrarás.

         

Pero Gilgamés persiste en su deseo, logra encontrar la planta de la juventud y en un momento de descuido, mientras se estaba bañando, una serpiente se la arrebata. Finalmente, desesperado, renuncia a sus sueños infantiles de inmortalidad y acepta la realidad y la muerte.

Siduri la tabernera, que como Circe vive en una cabaña, en una isla vecina del Océano por donde se va al más allá, le expone una filosofía desengañada de la vida:

 

                        Cuando los dioses crearon a los humanos

                        Destinaron la muerte para ellos,

                        Guardando la vida para sí mismos.

 

Frente a la búsqueda de la trascendencia del mito oriental, el mito griego marca el pragmatismo de nuestra literatura occidental.

Y fueron muchos los héroes que se arriesgaron a descender a los infiernos por muy diversos motivos.

 

           

            El Descenso de Odiseo al Hades

           

Y después de haber visto el límite de tantos dolores, él se sumergirá por segunda vez en el Hades implacable sin haber conocido jamás en la vida un día de descanso.

                                                                           Licofrón.

 

            Hijo mío, ¿cómo has bajado a estas

            Sombras tenebrosas, si estás vivo?

                                                                                  Odisea XI 155-56

 

Odiseo desciende a los infiernos obligado por la necesidad de la búsqueda geográfica de su isla Itaca y de su identidad. Necesita bajar al más allá en vida para encontrar la orientación en el más acá, en la cotidianidad de su existencia. Circe la maga le envía allí para consultar al adivino Tiresias, el único que le puede descubrir el secreto. Su descenso había sido precedido por Orfeo y por Heracles. Héroes que no estaban interesados por los misterios del más allá. Orfeo desciende por amor en busca de su esposa Eurídice, Heracles en busca del fiero perro guardián de tres cabezas, el Cancerbero.

Cuando Calipso le ofrece la inmortalidad, Odiseo haciéndose eco de la sentencia pindárica: Alma mía, no persigas una vida inmortal pero agota los recursos de este mundo ( Pit.III, 61-2) la rechaza. No quería quedarse como amante perpetuo de la Diosa, tendría que renunciar a su regreso a su patria y por tanto a su historia.

A diferencia del viaje de Gilgamés el de Odiseo no tuvo problemas. Más bien se trata de una excursión. Después de realizar las ceremonias fúnebres indicadas por Circe las sombras inanes de los muertos vienen a él sedientas de la sangre que ha vertido en el hoyo. Beber la sangre les permite recobrar algunas fuerzas y como vampiros acuden en tropel.

El Hades es un lugar sombrío y sin esperanza, se hace imposible el contacto entre muertos y vivos. Odiseo no puede abrazar la sombra de su madre: Tres veces me acerque a ella pues el ánimo me incitaba a abrazarla, tres veces se me fue volando de entre las manos como sombra o sueño. Od. XI 206-207

No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo; preferiría ser labrador y servir a otro hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse a reinar sobre todos los muertos. Od. XI 488-492 . Este testimonio de Aquiles  dispuesto a renunciar a su condición heroica en el más acá a cambio de una vida mediocre y sin gloria, evidencia claramente que el hombre homérico no creía en el más allá.

Odiseo no se extravió en su regreso, tenía una brújula: Ítaca y en un momento desesperado en que la creía perdida se lamenta:

 

No hay mayor desgracia para el hombre que el de andar errante.

 

Tuvo que experimentar el descenso a los infiernos porque era la única manera de que Tiresias le indicara la dirección a Itaca, tuvo que bajar al más allá para encontrar el más acá, conocía sus dimensiones como humano. Eligió la realidad presente al misterio confuso.

Cavafis insiste en que el viaje ha de ser largo: la experiencia y constancia como instrumentos para llegar a la sabiduría:

 

            Itaca te dio ya la travesía.

            Sin ella, no hubieras emprendido

            La jornada y no puede darte más.

            Y si la encuentras pobre, no hay engaño.

            Te hiciste sabio y experimentado:

            Ya entiendes el sentido de las Itacas.

 

 

 

El descenso de Eneas al Averno

 

El tema épico del viaje al más allá culmina en el libro VI de La Eneida. Virgilio, poeta latino del año 70 a.C. recoge la tradición helénica, la homérica, la platónica y pitagórica. Las figuras tradicionales de las leyendas de ultratumba se funden en el descenso de Eneas con las ideas místicas sobre la muerte, el juicio y vida de las ánimas en el otro mundo. La finalidad de Virgilio es la exaltación del sentimiento nacionalista al hacer de Roma la patria de un mundo actual y la más  gloriosa herencia de los mundos pasados.

El motivo del viaje de Eneas es su piedad filial pero también hay un claro pragmatismo político.

 

 

 

El Descenso de Menipo a los Dominios de Plutón

 

También Luciano de Samósata (Siria) nacido entre los años 120-130 d.C. hace descender a Menipo al reino de Plutón. Pero ya hay una nueva concepción del mundo que se plasma en el más acá de la tierra y en el más allá del infierno y que supone el derrumbamiento de los valores heroicos tradicionales.  Luciano mantiene una actitud crítica frente a los valores efímeros de la belleza terrenal, del poder del dinero y de la gloria mundana y es el predecesor de autores de similares características en la cultura europea. Cervantes desarrollará y perfeccionará el diálogo de Luciano, recurso estilístico fundamental en su novela.

El descenso de Menipo en la Necromancia y en el diálogo de los muertos,  refleja el escepticismo de una sociedad cansada, decadente y supersticiosa para la que resultan obsesivas las ideas de la meditatio mortis y la huida del mundo, y en la que triunfan la magia y las sectas dogmáticas. Luciano dirige los pasos de su héroe en pos de la supervivencia en un mundo en crisis al tiempo que fustiga la pedantería, la hipocresía, la ambición y el orgullo.  

El objetivo del viaje: de la misma manera que Odiseo, desciende al más allá para inquirir algo que le afecta muy seriamente en el más acá: el vivir bien. Y el consejo que le da Tiresias es: La vida de los hombres corrientes es la mejor y la más prudente.

No son muy diferentes los diálogos que sostiene Odiseo y Aquiles en el canto XI de la Odisea y el de Antíloco y Aquiles en Luciano, aunque en éste último  se agrega un elemento social nuevo, se advierte en los dos  una clara incredulidad hacia el la trascendencia del más allá y la vana fama del más acá:

Antíloco: Qué cosas le decías el otro día a Odisea, Oh Aquiles sobre la muerte. ¡Qué viles e indignas de tus maestros Quirón Y Fénix![1]. Yo estaba escuchando cuando afirmabas que preferías trabajar a jornal como labrador con algún desheredado que no tuviera muchos recursos antes que reinar entre los muertos. Esto quedaría bien que lo dijera algún tímido frigio sin nobleza y enamorado de la vida más de lo decoroso

Aquiles: ¡Oh hijo de Néstor! Es que yo entonces, careciendo de experiencia aún acerca de lo de aquí e ignorando cuál de las dos cosas era la mejor, anteponía a la vida esta desafortunada y miserable gloria…entre los muertos hay igualdad de condiciones, y ni aquella belleza ni la fuerza están aquí, Antíloco, sino que yacemos en la misma oscuridad, semejantes todos y en nada distintos los unos a los otros…        

 

Pero el discurso de Luciano encomiástico y burlesco abundante en recursos caricaturescos está ya muy alejado de la poesía épica. Ya no cree en las creencias vigentes de la época clásica. La idea del Más Allá es un pretexto fantástico para satirizar y burlarse del más acá.

 

 

Don Quijote en la cueva de Montesinos o su bajada al infierno

(comentario de los capítulos XXII-XXIII y XXIV de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha)

 

En mala coyuntura y en peor razón y en aciago día bajó vuesa merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuesa merced acá arriba con su entero juicio tal cual Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora contando los mayores disparates que pueden imaginarse.

   -Como te conozco, Sancho no hago caso de tus palabras, respondió Don Quijote.

   -Ni yo tampoco de las de vuesa merced, respondió Sancho.

 

Las estrictas normas de la caballería andante requerían del héroe un viaje a los países de donde nadie retorna, del que con ayuda de un guía, de talismanes o de seres maravillosos, cuando no de la Divinidad, y para conseguir la gloria, el favor de su dama o ciertos fines ocultos de índole esotérica, debía de regresar definitivamente transformado, purificado.  

La novela es una parodia de los libros de caballería, pero eso sólo es el punto de partida, el trampolín desde el que se lanza una historia trascendental[2].

 

 

El objetivo de su viaje

 

Baja con el fin de redorar el blasón de su desdorada caballería[3], desciende solo, es ya un triste Don Quijote, batido por la realidad, enseñado por la experiencia y fuertemente influido por su escudero. Pero también desciende con el pretexto de comprobar si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por aquellos contornos. El héroe al buscar su gloria buscaba algo para sí. Su abnegación no era absoluta. Este elemento de egoísmo, si bien espiritual, había de encadenarlo poco a poco al mundo material, el igual de su escudero.

No desciende como Gilgamés el héroe de la épica mesopotámica en buscar de la flor de la inmortalidad, ni como Odiseo el héroe griego en busca de su identidad, ni como Eneas el héroe latino impulsado por su amor filial y patriótico, ni como el filósofo Menipo en busca de la mejor forma de vivir  en la vorágine de un mundo caótico, ni como Dante en busca de la purificación y santificación.

Urde el engaño con humorismo y con descreimiento y su narración esperpéntica está ya más cerca de Menipo y muy alejada de los otros héroes.

Don Quijote cuenta su aventura en serio, pero con un humorismo que parece decir: Todo eso os lo digo de broma: si lo creéis a pies juntillas, la culpa no está en mi engaño, sino en vuestra sencillez.

Así se explica que Don Quijote hable jocosamente de cuestiones que afectan a la caballería. Resultaría esto inverosímil si no se tratara de una figura ya triste y deprimida y lo confirma la alegación del traductor de Cide Hamete en el capítulo XXIV de esta segunda parte que dice : No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que el valeroso Don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito: la razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles; pero ésta desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que Don quijote mintiese, siendo el más el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetaran. Por otra parte considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así, sin afirmarla, la escribo. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retractó della, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias. 

 

 

La cueva de Montesinos

 

La cueva en los libros de caballerías es la experiencia de los límites. Produce siempre fascinación y miedo. Ya Homero describía como amena y sombría la gruta de Ítaca:

Al cabo del puerto está un olivo de largas hojas y muy cerca una gruta

Agradable, sombría, consagrada a las ninfas…Od. XIII 102-103

Virgilio en la Eneida VI 237-241 la describe así:

Había una profunda caverna imponente por su vasta boca, riscosa, protegida por un lago negro y las tinieblas de los bosques.

Sobre ella ninguna criatura voladora podía tender el vuelo con sus alas.

Tal era el hálito que de su negra boca dejaba escapar la bóveda del cielo.

 

En la cueva de Montesinos se adentra: Porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por todos aquellos contornos.

 

 

Localización de la cueva

 

La boca de la cueva está en la Mancha, junto a las lagunas de Ruidera.

Llegaron a la cueva cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cabrahigos, de zarzas y malezas tan espesas e intrincadas que de todo en todo la ciegan y encubren.

 

 

 

 

El descenso

 

Así como Siduri desaconseja a Gilgamés su viaje:

Cuando los dioses crearon a los humanos

Destinaron la muerte para ellos,

Guardando la vida para sí mismos.

Tú Gilgames, llénate el vientre,

Goza de día y de noche,

asimismo Sancho trata de disuadir a Don Quijote de la locura de su empeño:

-Mire vuesa merced, señor mío, lo que hace: no se quiera sepultar en vida, ni se ponga donde parezca frasco que le ponen a enfriar en algún pozo. Sí, que a vuesa merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta que debe ser peor que la mazmorra.

Tras una oración en voz baja al cielo, pidiendo a Dios le ayudase y le diese buen suceso en aquella, al parecer peligrosa y nueva aventura, y tras en voz alta encomendarse a Dulcinea del Toboso emprendió el viaje por la oscura abertura como Odiseo tras el rito ceremonial del sacrificio de las reses y la invocación al poderoso Hades y a la veneranda Perséfone.

Y la descripción que hace a su regreso a Sancho y al primo del locus amoenus adonde llega dormido y del suntuoso palacio o alcázar de muros transparentes, el Castillo legendario de Irás y no volverás, donde se albergan las almas encantadas con la esperanza de que un héroe las desencantaran  nos traen los ecos de los campos Elíseos, del País de los Bienaventurados descrito por Virgilio en el descenso de Eneas, pletórico del idealismo platónico, y también la descripción de las dos hileras en procesión de hermosísimas doncellas con profundos gemidos y sollozando, podría recordarnos la procesión de las heroínas que se despliega ante la mirada de Odiseo en su bajada al Hades, si  el lirismo de esta descripción no quedara truncada y trocada por el realismo esperpéntico más propio de Sancho que de Don Quijote al presentarnos la figura de Durandarte: vi a un caballero tendido de largo a largo, no de bronce ni de mármol, ni de jaspe hecho, como los que suelen haber en otros sepulcros, sino de pura carne y de puros huesos. Tenía la mano derecha (que a mi parecer, es algo peluda y nervosa, señal de tener muchas fuerzas su dueño) puesta sobre el lado del corazón. O al presentarnos los rasgos estrafalarios de Belerma: Era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar un corazón de carnemomia, según venía seco y amojamado…            

Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón  por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante, explicó a Don Quijote,  Montesinos.

 

Don Quijote, acompañado de su escudero Sancho realiza como Odiseo un doble viaje. El viaje de ida del héroe homérico es un viaje hacia el exterior al reino de Troya para combatir contra este pueblo, hacia lo externo; y el de vuelta es el regreso a su patria, hacia lo interno, a su identidad. En su viaje de ida, de despliegue  sigue los consejos de Dionisios, dios del éxtasis, palabra griega que significa el estado en el que el hombre queda fuera de sí. Dionisios fue un dios que llegó a Grecia procedente de Asia seguido de un cortejo de Ménades (las divinas enloquecidas). El rito central consistía en el éxtasis o delirio, momento sublime en el que el dios se encarnaba en las Coribantes que irrumpían en el coro con danzas y cantos:

            Sal fuera de ti y en la diferencia

            Encontrarás tu identidad

Asimismo, Cavafis en su poema de Ítaca nos aconseja:

            Cuando el viaje emprendas hacia Ítaca,

            Vota porque sea larga la jornada,

            Colmada de aventuras y experiencias.

            No deben asustarte Lestrigones

            Ni cíclopes ni airado Poseidón,

            Que nunca te saldrán en el camino,

            Si piensas alto, si unas emociones

            Escogidas te afectan alma y cuerpo

 

Y al compás de la música manaba de la tierra exuberante leche y miel.

Así nos canta Homero:

Conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes. Muchos males pasó por las rutas marinas…

Odiseo conoció, experimentó, amó, sufrió. Son los cuatro puntos cardinales que orientan la existencia del hombre.

 

Sin embargo, en el viaje de regreso, es Apolo quien dirige los pasos de Odiseo, el dios del repliegue a uno mismo. En el frontón de su templo de Delfos estaban acuñadas estas palabras:

            Conócete a ti mismo, sabe que eres hombre. Nada en demasía

Y Cavafis en el mismo poema insiste:

            Ten a Ítaca fija ante tu mente.

Apolo es el dios de la mesura. Dionisios el de la desmesura, pero no son opuestos, son dos caras de una misma moneda; simbolizan el hombre en su consciente y su inconsciente, entre la realidad y el ensueño como lo son Sancho y Don Quijote.

En la primera salida de su aldea parte solo un día de los calorosos de julio y camina por un lugar concreto: el campo de Montiel. En la segunda salida surge Sancho: una figura para atajar la fantasía del héroe y para asirla a un sentido de humanidad primaria. Y emprenden el viaje para realizar una gran empresa y conocen, experimentan, aman y sufren. A lo largo del viaje el caballero se embebe lentamente del buen sentido del escudero, y éste participa de la fantasía del loco genial.

En la segunda parte de la obra en la que el héroe se va haciendo más discreto y más cuerdo realiza Don Quijote el camino de vuelta, el regreso a su identidad, y en su bajada a los infiernos o a la cueva de Montesinos, aunque hace el efecto de que se trata de una alucinación, no duda  ya entre la ilusión y la verdad, recupera gran parte de su cordura que recuperará íntegramente en los días  que preceden a su muerte, inventa consciente una mentira fantástica acerca de lo que allí había visto y  se la relata a sus dos clarísimos oyentes, a Sancho y al primo. Es una obra desengañada: ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Carlos Fuentes define a Don Quijote como la primera novela de la desilusión, la aventura de un loco maravilloso que recobra una triste razón. Cervantes se anticipa a Freud[4],  pues la simbólica bajada a la cueva entraña el corazón del mito, el inconsciente colectivo donde al igual que en el sueño no hay espacio ni tiempo. El espacio se desvanece en un lugar encantado y el tiempo se confunde; Don Quijote dice haber estado tres días con sus noches y Sancho afirma que sólo media hora. Las andanzas del Caballero y del Escudero, marcan la frontera entre el mito y el logos como ya se adivina al inicio de la novela: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, que nos trae a la memoria el érase una vez en un lejano  país de las leyendas y cuentos.   

 

 

NOTAS

 

[1] Maestros míticos de Aquiles, Quirón era un centauro y Fénix aparece en la Iliada como maestro y consejero del héroe.

[2] Andrés Amorós.

[3] Madariaga

[4] Andrés Amorós.

 

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