Quijote

Domingo F. Faílde

Nunca llueve en la llanura. Nunca llueve, sino agujas de fuego que atraviesan la tierra  y arraigan allí, como espigas de acero, que aguardan el sudor para entrar en combate y disputarle al hombre su parcela de luz. Éste es el mapa del escalofrío, el territorio de un país calcinado por la codicia, cuyos héroes no son sino muñecos de paja  que arden si el oro brilla entre sus manos o hierve en la sangre que mancha la gleba. Si hemos sobrevivido a esta hecatombe; si, a pesar de matanzas estelares, vivimos; si aún es posible contemplar la aurora: helo aquí, al caballero, cuya triste figura  recolecta las flores  abrasadas por la ruindad. Mas, viéndolo vencido, sabréis que ha sido suya la victoria definitiva, que con él al destierro cabalga la esperanza  y que os quedáis más solos, totalmente solos, en medio del desierto, cegados por el sol.

 

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