SEBASTIÁN, EL CICERONE MALDITO

(Aviso para turistas)

Eliacer Cansino

En esta ciudad a mediodía hace un calor insoportable. Envuelta en una nube caliente que atonta a los grillos, la luz se deja caer sin sombra capaz de sostenerla. Los que somos de aquí lo sabemos y antes de que nos pille el suplicio solar huimos o nos escondemos en los grandes almacenes refrigerados. Lo mismo harán en el Polo los esquimales cuando el frío les invade.

A esa hora, por la ciudad, sólo andan los turistas que vagan desconcertados, sacando fotos inútiles, antes de que venga a salvarles Sebastián, el cicerone maldito.

Sebastián es cicerone por cuenta propia. Ni el ayuntamiento, ni ninguna asociación sufraga su pasión por guiar turistas en el laberinto de la ciudad. Si hubiese nacido en el desierto hubiese sido conductor de reatas de camellos, en el Oeste habría indicado el camino a las caravanas, en el Polo señalaría con la mano tensa la placa de hielo propicia para arrastrar los trineos.

Cuando Sebastián se hizo mayor de edad se presentó en el ayuntamiento aspirando a una plaza de cicerone. No la obtuvo; por el contrario, le fue adjudicada a alguien que según él desconocía la ciudad: un paniaguado de los concejales. Desde entonces se convirtió en el Cicerone Maldito.

En los hoteles de hasta tres estrellas previenen contra él, pues el turismo es muy asustadizo y no conviene aumentar su inquietud, pero en los hostales y pensiones nadie se preocupa de prevenir contra Sebastián.

Sebastián conoce las esquinas donde los turistas llegan agotados, las plazas donde abatidos se derrumban en los escalones, las fuentes donde aprovechan para beber y descansar.

Es entonces cuando aparece él: vestido con uniforme azul y una gorra roja de fieltro, en cuya visera puede leerse: Cicerone. Se acerca a los turistas con grácil movimiento, sonriente, ágil, sin que le pese el calor. A veces regala caramelos cuyos envoltorios muestran un escudo de la ciudad, para dar mayor confianza. Así, entrevisto en la calima, Sebastián parece el conductor amable que se dispone a orientar a los extraviados, a prevenirle de los peligros como hizo Rafael con Tobías, el cicerone bíblico.

Sabe diez frases en cinco idiomas:

-Bienvenidos a la ciudad.

-Welcome to the city.

-Bienvenue...

Los turistas se sienten confortados y protegidos por su presencia. Entonces, Sebastián pronuncia sus palabras mágicas en cinco idiomas:

-Aquí al lado está el Jardín de las Sombras, el mejor oasis de la ciudad. Síganme.

Los turistas se incorporan a duras penas, pero con nueva luz en las caras. Los guía, Sebastián, por las calles más estrechas, dejándoles saborear las tibias sombras. Les permite que perciban en un patio el olor de los jazmines, premonición del jardín al que los lleva. Y cuando menos lo esperan los hace entrar por un pasadizo donde ya no hay salida. Los turistas advierten entonces un rumor de aguas espesas, los pies reconocen el cieno invisible y un olor nauseabundo inunda la cloaca abandonada de la ciudad.

Cuando comienzan a salir, atacados por las náuseas y el asco, Sebastián ya ha ocultado su indumentaria de ángel cicerone y parece , como todos los demonios del mundo, uno más entre los hombres.

Sebastián colecciona planos de ciudades en los que señala con una cruz las barreduelas, los callejones de susto, las cisternas abandonadas, los barrios derruidos... También colecciona cintas magnetofónicas con lamentos de turistas y fotografías de hombres perdidos que de vez en cuando contempla, sobre todo en invierno, cuando ya no hay turistas.

 

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