SONETOS VOTIVOS

 

Tomás Segovia

 

 

 

1

 

Los recuerdo turgentes y temblones,

tus grandes, densos pechos juveniles,

tímidos y procaces, pastoriles,

frescos como aromáticos melones.

Eran el más solemne de tus dones

cuando al fin liberabas sus perfiles

en cuartos cursis de moteles viles,

deliciosa de susto y decisiones.

Juguetona y nerviosa los mecías

retozando desnuda sobre el lecho,

plétora pendular frente a mis dientes.

Y cuando muda y grave te me abrías,

te sentía apretar contra mi pecho

sus dos bultos callados e insistentes.

 

 

2

 

Tu carne olía ricamente a otoño,

a húmedas hojas muertas, a resinas,

a cítricos aceites y a glicinas

y a la etérea fragancia del madroño.

Hábil como una boca era tu coño.

Siempre había, después de tus felinas

agonías de gozo, en las divinas

frondas de tu deseo, otro retoño.

Te aflojabas de pronto, exangüe y yerta,

suicidada del éxtasis, baldía,

y casta y virginal como una muerta.

Y poco a poco, dulcemente, luego,

absuelto por la muerte renacía

tu amor salvaje y puro como el fuego.

 

 

3

 

Entre los tibios muslos te palpita

un negro corazón febril y hendido

de remoto y sonámbulo latido

que entre oscuras raíces se suscita;

un corazón velludo que me invita,

más que el otro cordial y estremecido,

a entrar como en mi casa o en mi nido

hasta tocar el grito que te habita.

Cuando yaces desnuda toda, cuando

te abres de piernas ávida y temblando

y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,

un corazón puedes abrir, y si entro

con la lengua en la entraña que me tiendes,

puedo besar tu corazón por dentro.

 

 

4

 

El breve trecho, pero sorprendente,

que va desde la voz fresca y alada

de tu clara garganta a la callada

monocordia del coño hondo y ferviente,

basta para que así me represente

lo que hay en ti de náyade o de hada

que en lo alto vuela y en lo limpio nada,

pero fundada tenebrosamente.

Qué incomparable don que a un tiempo mismo

des a la luz tu risa, y al abismo,

secretamente, valerosa te abras.

Y que a la vez te tenga en mi entusiasmo

volátil e infantil en las palabras

y temible y mujer en el orgasmo.

 

 

5

 

Un momento estoy solo: tú allá abajo

te ajetreas en torno de mi cosa,

delicada y voraz, dulce y fogosa,

embebida en tu trémulo trabajo.

Toda fervor y beso y agasajo,

toda salivas suaves y jugosa

calentura carnal, abres la rosa

de los vientos de vértigo en que viajo.

Mas la brecha entre el goce y la demencia,

a medida que apuras la cadencia,

intolerablemente me disloca,

y al fin me rompe, y soy ya puro embate,

y un yo sin mí ya tuyo a ciegas late

gestándose en la noche de tu boca.

 

 

6

 

Sé que no sabes que recuerdo tanto,

tu piel untuosa y pálida, amasada

con fiebre y luna, y tu boca abrasada,

blanda y jugosa y salada de llanto,

y tu implorante gesto de quebranto

sobre tu frigidez crucificada

y agradecida y tierna aunque insaciada,

y mi esfuerzo patético entretanto,

y el amor con que entonces se volvía

tu largo cuerpo de impecable diosa

en su halo de luz y denso efluvio,

y ofrecías sensual a mi porfía

la masa de las nalgas prodigiosa,

guiando mi mano hacia tu pubis rubio.

 

 

7

 

(Soneto a la inglesa)

 

Todo hombre sin mujer es un Crusoe.

Náufrago de tu ausencia, me rodeo

del simulacro gris de un ajetreo

cuya nostalgia sin piedad me roe.

Y al correr de los días o los años,

voy odiando mi edén entre las olas,

y mi siembra de amor erguida a solas,

y mi semen tragado por los caños.

No la caza triunfal, ni el fruto en ciernes;

no el perro, ni el paraguas, ni la mona;

no el papagayo o el hogar, o un Viernes;

sólo un sueño imposible me obsesiona:

por entre escollos y corales y algas,

nadar hasta la costa de tus nalgas.

 

 

8

 

Hay una fantasía que a menudo

me hace temblar como una fiebre aguda:

tú yaces junto a mí toda desnuda;

yo yazgo junto a ti también desnudo.

Y pegado a tu flanco, ungido y mudo,

islas en ti mi piel cubre y escuda,

y su ritual las marca y las saluda,

y a un talismán con cada mano acudo:

una mano litúrgica en tu sexo

de vello montaraz; la otra en un pecho;

y si pensara que me falta una,

tu otro pecho, lo sé, figura el nexo

con tu parte intocable, tu derecho

a un libre curso de remota luna.

 

 

DOS SONETOS POSTERIORES

 

I


Si te busco y te sueño y te persigo,
y deseo tu cuerpo de tal suerte
que tan sólo aborrezco ya la muerte
porque no me podré acostar contigo;
si tantos sueños lúbricos abrigo;
si ardiente, y sin pudor, y en celo, y fuerte
te quiero ver, dejándome morderte
el pecho, el muslo, el sensitivo ombligo;
si quiero que conmigo, enloquecida
goces tanto que estés avergonzada,
no es sólo por codicia de tus prendas:
es para que conmigo, en esta vida,
compartas la impureza, y que manchada,
pero conmovedora, al fin me entiendas.

 

IV


¿Pero cómo decirte el más sagrado
de mis deseos, del que menos dudo;
cómo, si nunca nombre alguno pudo
decirlo sin mentira o sin pecado?
Este anhelo de ti feroz y honrado,
puro y fanático, amoroso y rudo,
¿cómo decírtelo sino desnudo,
y tú desnuda, y sobre ti tumbado,
y haciéndote gemir con quejas tiernas
hasta que el celo en ti también se yerga,
único idioma que jamás engaña;
y suavemente abriéndote las piernas
con la lengua de fuego de la verga
profundamente hablándote en la entraña?

 

 

 

SUMARIO