Pequeña distancia

 

Claudia Karim Quiroga

 

 

 

“Esta mañana pienso que Miguel podría aparecer

y cambiar la fórmula para un día fracasado”.

 

 

 

El amor es esa distancia pequeña y salada. La cantidad de veces en las que pensó abandonarlo eran suficientes. Llevaba el amor atragantado desde hace meses. Esa suerte de necesidad y aborrecimiento. Sensación de llenura para regresar a la hambruna, al deseo de devorar, de acabar en un instante con una vida que suspira y que lucha. Su batalla consistía en observar sus ojos y no perderse en el camino. En encontrar que más allá de la luz o la sombra podía esconderse un lago o un mar lejano. Un acontecimiento que daría inicio a una vida nueva que persistía luego de los besos y el sexo, casi una intromisión. Un deseo salvaje y manifiesto. Ella hacía el amor y seguramente afuera llovía. Qué otra cosa podía pasar más que una tormenta. Era poco  que las palmeras cayeran como naipes, que el mar se elevara mil metros.

Esa mañana pensó que podía emprender una jornada de huelga. Una lucha que comenzaría hablando, como si las palabras tuviesen el poder para salvarla  o levantarla de la lumbre. Aunque no podían. Quizá el silencio podría ser una opción. Él alcanzó a decirle, en la madrugada,  que nunca habían desayunado juntos. Era tan necesario como levantarse y encontrar el diario bajo la puerta. Un lujo. El amante podía desaparecer y aparecer otra vez. Cierra los ojos. Los abre y ya no está. Acaba de irse. Y puede que la próxima vez que abra los ojos haya trascurrido un año. O un par de meses. En el último encuentro intentó buscar en sus ojos y maneras algún resquicio del amor profesado. Se besaron como si acabaran de conocerse. Y era posible. Sus vidas estaban marcadas por las  indiferencias  y las distancias. Y él era el ángel al que recién acaban de crecerle las alas. Puede volar en cualquier momento pero no se resiste a caminar y tiene los pies desgastados. Hay un surco marcado en la tierra de camino a su casa que atraviesa una y  otra vez. El amante se extiende sobre la cama y ahora no enciende un cigarrillo pero guarda silencio. Es la mujer quien hace bordados con las palabras y usa un dedal. Ella sabe amarlo porque lo necesita y lo odia. Dos sentimientos que en la cama pueden ser una virtud. Lo hará gemir y al mismo tiempo suplicar. Detente, pero ella no escucha. Está cerca de encontrar la salida o sustancia. Un sabor que presiente en su boca desde el comienzo. El hombre se regodea y alarga el final.  A veces pasa. Dices que vas a irte y te despides diez veces. Un gemido más y a la mujer le es otorgado un obsequio directamente en la boca. Se encuentran a paz y salvo de deudas morales y físicas pero ella quiere provocar una nueva cantidad o abrir una nueva cuenta si es preciso. Va a necesitarlo para los próximos días sin tiempo ni lugar. En el peor de los casos extrañará su olor y se preguntará la razón por la que cada uno lleva una vida independiente. Los dos amantes viven separados y no comparten ningún espacio salvo el de una cama, de vez en cuando. No molestan a nadie ni revelan su intimidad. Quizá tampoco haya despedidas verdaderas o reencuentros cercanos. La relación gira como las mariposas en torno a la luz. El ángel está exhausto y la mujer dará un paso atrás. Si es necesario apagará la luz o abrirá la ventana. Lo deja libre porque amarrarlo a la cama puede ser otra de sus malas ideas. No estaría mal pero qué desgaste alimentarlo y darle a beber pequeños sorbos cada hora. Ahora lo sigue con la mirada y él acaba de posarse en un árbol. En otro Fauno.

 

   

 

SUMARIO