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			Advertencia  
			 
			 
			
			No hay brillo de metal en el abismo  
			que oculta la distancia de un recuerdo. 
			Hay luces, pero nunca nos aguardan,  
			simulan esas sombras que la mirada hurtan, 
			engañan a los ojos imprudentes 
			y juegan a ser día, o la secreta noche.  
			
			No hay cielo que gobierne cien mil nubes 
			ni el eco de una piel que no se pierda 
			entre las voces que todo lo confunden. 
			La lluvia que nos moja es la nostalgia 
			que un tiempo ruin, melancolía, 
			nos roba sin dejarnos nada, dispersa 
			cada brizna de la vida, sin remedio. 
			El aire que deshace la memoria.  
			
			Silentes corazones entre velos, 
			son huellas del pasado.  
			
			Erguidos los altares destinados 
			al dios del olvido que todo lo desdeña. 
			
			  
			
			
			   
			
			
			  
			
			Confesión  
			
			Si algo sucedió a nadie importa, 
			el día siempre comienza sin retraso, 
			oficio del día inalterable 
			y si algo ocurre es sólo circunstancia, 
			asuntos que nunca nos conciernen 
			que nunca nos confían las horas,  
			ni el tiempo, la vieja maquinaria 
			que rueda con ritmo desbocado 
			y sabe que debemos conformarnos 
			con la docilidad de los que viven 
			por vivir. La vida es apariencia.  
			
			Palabras no hay más que las precisas, 
			los años se suceden a sí mismos 
			con la monotonía que dicta ese reloj confuso 
			que empuja los minutos sin descanso, 
			tal vez el destino es sólo eso, 
			fronteras que nunca traspasamos.  
			
			No hay sombras que enturbien el futuro 
			y a nadie importa cuándo ni el por qué 
			de las cosas y si es que ocurre algo, 
			que llueva sin llover, las piedras no se turban 
			y un grito no significa nada 
			en el silencio. Ya no quedan fantasmas 
			que ronden entre sueños. 
			  
			No hay nada que nos haga levantarnos. 
			
			
			  
			
			
			   
			
			  
			
			El sueño de la nada  
			
			Del sueño de la nada dibujamos 
			el hilo de otra vida,  
			un lápiz de pálidos colores, 
			la nada en otro sueño sin destino, 
			bocado de tierra, hojas muertas.  
			
			La corteza reseca, un esqueleto, 
			a la que el sol acobarda, porfiamos 
			en mostrar el brote verde,  
			entre marrones, inocencia fugaz 
			de ingenuos que prestan los oídos  
			a mil voces sin hallar nunca la nuestra,  
			suspensos del sueño de la nada,  
			figurantes en un acto de la farsa 
			que otros ejecutan cada día.  
			
			La tarde de ese otoño que dura 
			un suspiro es nuestra tarde, 
			la lluvia seca es nuestra lluvia, 
			la luz que se deshace entre las nubes  
			es la que bendecimos. 
			Las sombras que mendigan su hueco 
			entre las sombras, antes de que anochezca 
			son nuestras sombras. 
			Esclavos del sueño de la nada. 
			
			
			  
			
			
			
			  
			
			  
			
			El tiempo, la distancia  
			
			Los pasos, que vuelan sin medir 
			el tiempo y la distancia, 
			son huellas que ya no pisarás, 
			palabras que nunca has pronunciado 
			pero que imaginaste alguna vez, 
			cigarros sin fumar en el bolsillo 
			de la vida que desapareció. 
			Recuerdos, polvo sin más, 
			disfraces de una fiesta con manchas 
			del pasado que es la nada.  
			
			Mirada que ya no tiene voz, 
			retrato de un ángulo impreciso 
			que muere entre las sombras.  
			
			La vida por vivir no guarda restos 
			del imposible sueño en que la fantasía 
			se hizo nada, ligeras alas de papel 
			que atravesaron cielo y suelo 
			y allí, en la nada, reposan 
			los años que se mueren sin memoria, 
			dorado metal adormecido.  
			
			Son días que no escriben la historia, 
			son horas que le sobran al mañana.  
			
			  
			
			
			
			  
			  
			
			La foto  
			
			La foto, blanco y negro, 
			el rostro que el tiempo desdibuja, 
			perfil oscuro, 
			la sombra irreverente de la vida 
			fugaz, trampa mortal de los años, 
			espacio ciego, 
			teatro del engaño, también los ecos 
			de voces que reclaman, 
			que pretenden su hueco en el recuerdo, 
			espejo sin cristal que lo silencia todo.  
			
			La foto de colores sin color, 
			lejano sueño de alguien 
			que nos mira desde el tiempo. 
			
			
			  
			
			
			
			  
			  
			
			Nombres  
			
			No sé de quién se trata, 
			viejas fotos que pueblan la pared 
			y la pregunta sobre un nombre, 
			que no me dice nada, 
			no descorre ningún velo, ignoro todo 
			de sus vidas, fantasmas sumergidos 
			en un sueño que ya nadie lo sueña.  
			
			Las fotos suspendidas sobre un mueble, 
			vaga memoria de familia, 
			marcos ovalados en un muro, 
			o en la sombra del pasillo 
			donde apenas se les ve, 
			ni más altos ni más bajos que cualquiera 
			de nosotros, en grupo, o por parejas. 
			Sus rostros, el eco, la historia de unos años 
			que son niebla en el recuerdo, 
			sombras, nombres de los antepasados 
			que ya están olvidados, 
			que no reconocemos y sin embargo 
			hay vida en esas caras, 
			en ese jardín que les acoge, el espacio 
			donde se aposentan, en el falso decorado 
			en el que sonríen, ufanos, tal vez aguardan 
			que recordemos sus precisos nombres, 
			o acechan contra el tiempo 
			y hasta puede que hablen entre ellos.  
			
			Quizás es que sólo esperan, pacientes, 
			con la certeza del que sabe 
			que el tiempo no dura casi nada, 
			confían que la decrepitud 
			culmine su trabajo y el velo 
			que ha de ceñirse, lo saben, 
			se cierre sobre cada uno de nosotros. 
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