EL ANIMAL MARINO

Félix Morales Prado

 

En cualquier fotografía de aquella época, el mar es una franja gris de texturas diminutas y onduladas desde donde nos viene el presentimiento de una vida oculta. Algo misterioso de la esencia de entonces permanece en la imagen. Algo aparentemente intocable ya. Y, sin embargo, podemos raspar ese misterio con una cuchilla de afeitar. La mancha blanca que aparece es, de pronto, se nos antoja, se nos ocurre, un animal enorme que emerge de las aguas. Bueno. Puede ser una idea. Sin saber por qué, nos damos cuenta de que eso estaba ocurriendo cuando alguien ya muerto, que ignoramos, sacó aquella foto. Aquel monstruo estaba verdaderamente allí y nosotros lo hemos descubierto con este gesto destructivo. No obstante, ¿por qué los que caminan entre las casas coloniales no acusan miedo ni sorpresa en sus rostros? Tal vez porque no lo habían visto todavía, me digo mientras me reclino en el sillón, enciendo un cigarrillo y pienso en el próximo párrafo.

He consultado en la hemeroteca periódicos de aquel tiempo. En ellos se habla de extraños naufragios en días de calma chicha, de desapariciones de bañistas, de la pesca de un gigantesco pez insólito llevada a cabo por un barco sardinero que capitaneaba un hombre cuyo domicilio me he apresurado a averiguar. Pero la información que he recabado ya estaba un poco rancia y en el lugar donde estuvo hace algún tiempo la casa del capitán he encontrado ahora una librería. Su dueño me ha confirmado que aquella había sido la casa del hombre que yo buscaba. “Se la compré hace unos seis meses. Murió poco después. Pero -añadió con socarronería- no acaba de estar claro si lo que se le atribuye sucedió realmente o fue una patraña inventada por él y por sus amigos. Era escritor. Y muy bueno. Y bastante mentiroso, como todos los buenos escritores. Por cierto, tengo varios ejemplares de su autobiografía, llena de historias increíbles. Bellísima”.

He leído ese libro varias veces. Me gusta tanto que se ha convertido en mi libro de cabecera. Por otra parte, me he dedicado a buscar el negativo de la fotografía que había estropeado, con la intención de hacer una nueva copia. He recorrido los estudios de todos los fotógrafos del lugar que ya existían en aquella época. Por fin, localicé uno que guardaba un acetato de mi foto en buenas condiciones. Sólo tiene un defecto. En el sitio exacto donde yo había hecho la raspadura despertando al animal invisible, hay una mancha negra con esa misma forma.

 

Volver al Sumario

Volver al Distribuidor

Volver a Inicio