La lección del piano

 

Milena Granberg

 

 

Tengo un piano sobre mi cabeza, amenazando con caer sobre mi constantemente.

Aunque camine, y gire inesperadamente, sigue ahí arriba y no encuentro la forma de librarme de él.

Cansada de intentar perderlo, me resigno a su presencia y dejo de prestarle atención.

Al notar mi indiferencia, deja escapar unas notas graves, como amenazando, y logra que me fije en él nuevamente.

La tensión que acumulo me hace estallar, agarro un hacha y trato de destrozarlo, pero se aleja y no llego a tocarlo.

Mi vida se gasta en mil intentos de sacármelo de encima, pero no puedo encontrar la forma. Me siento en la vereda, harta de la pelea, y lo desafío a que me aplaste.

Indignado por mi calma, comienza a atronar con música destemplada mis oídos.

No puedo aguantarlo más. Me levanto, salgo corriendo pero no lo pierdo.

A cincuenta metros de donde estoy, veo a un hombre con un piano sobre su cabeza, en sus ojos noto la misma tensión que yo tengo, la ira y la frustración mezcladas. Nos miramos y nos entendemos. Corremos uno hacia el otro y, en el momento que nos cruzamos, su piano choca con el mío y los dos caen destartalados al piso.

Frenamos, volteamos al mismo tiempo y nos miramos. El alivio que siento lo veo reflejado en su cara, donde se dibuja una sonrisa. Nos presentamos, hablamos y logramos encontrarnos en ideas, tristezas y alegrías. Caminamos juntos alejándonos de los pianos que creíamos muertos para siempre.

Cuando los perdemos de vista, los pianos se levantan, se acomodan las tablas y, después de saludarse, salen a buscar a sus nuevas ¿víctimas?

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