SONETOS

Emilio Morales Prado

 

Ilustración: Fragmento de la Capilla Sixtina. Miguel Ángel Buonarroti

 

1

 

Declinando de Dios el nombre oculto

trato de dar sentido al mundo mío;

declinando tu nombre, desvarío

del dolor que me inunda y que sepulto.

 

Porque tu nombre apenas sé decirlo,

ni tus preposiciones abismales.

¿Podrá tu nombre remediar mis males?

Y si lo digo, Dios, ¿podrás oírlo?

 

Mi mundo se ha tornado en un vacío

donde no hay nada ya que no me asombre

o me cause dolor o angustia o frío.

 

Aunque apenas, mi Dios, yo sé tu nombre;

te debo preguntar, ¿sabes tú el mío?,

¿me recuerdas, Señor?: yo soy el hombre.

 

2

 

Arrastro hambre de Dios desde la infancia,

hambre de sus certezas, su hermosura,

de su amor infinito, su frescura,

de su enorme poder, de su importancia.

 

Un hambre que alimenta cada día,

al fondo de mi ser, angustia y miedo:

angustia por la lucha con su credo

y miedo de sentir mi alma vacía.

 

Pero esta dieta de infinita ausencia,

este abismo del ser, que causa espanto,

este jamás saber de la conciencia

 

son la propia razón por la que canto:

el dolor, la negrura, la impaciencia,

también la muerte, que se acerca tanto.

 

3

 

Para habitar tu mundo me has creado,

para ser el notario de tu idea,

para ver los colores, la marea,

y oler el manantial, el bosque, el prado,

 

para escuchar rugir a la pantera,

para sentir la lluvia en cada poro,

para saber de ti cuando te imploro,

y recordar quién soy, aunque no quiera.

 

Pero el designio tuyo se me olvida:

vivo como si yo fuese mi dueño,

vivo como si yo hiciese mi vida,

 

lucho contra tu empeño con mi empeño

y a cada golpe agravo la caída

en mi profundo, triste y largo sueño.

 

4

 

Un vislumbre fugaz de tu presencia

me devolvió la paz y la cordura,

efímero momento que perdura

en el débil recuerdo de mi esencia.

 

Era un alba geométrica imposible,

una luz sobre negro pincelada,

matemática arista iluminada:

en medio de la nada, lo asequible.

 

Un simple y misterioso claroscuro,

un resplandor transido en mi conciencia

me condujo hasta el puerto más seguro,

 

tener en mi interior, como evidencia,

una imagen del ser que yo procuro;

un Dios en mí: el Dios de mi experiencia.

 

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